A la Princesa de Sueños Rotos
Hacer el amor
adquirió un nuevo significar.
No tocaba el piano, no...
No tocaba el piano, no...
Amaba a las teclas
como nunca amé a nadie...
como tú me enseñaste a hacerlo...
como solo he sabido (y sabré) hacer contigo.
Eras una rosa.
Una rosa entrelazada en mis dedos.
Tus pétalos y mis manos
imaginaban, cada noche,
una danza intensa, mágica y brutal.
Baile y melodía.
Pasión y deseo.
Besos.
Piel.
Corazón.
Amor.
Pasado, presente, futuro...
¿Carpe Diem?
No...
No solo de pétalos se alimentan las flores.
PÉTALOS... espinas... sangre...
pétalos... ESPINAS... sangre...
pétalos... espinas... SANGRE...
Sangre.
Sangre.
Sangre.
Y más sangre...
Cada nota es un martirio.
El marfil se tiñe de escarlata.
¿Dónde se escondió la danza?
¿Dónde se escondió la danza?
¿Dónde fueron a parar tus pétalos?
Cuando una rosa se marchita...
... solo nos quedan sus espinas.
Pregunto... me lamento...
Pregunto... me lamento...
dudo... y tengo miedo...
¿Y mi música?
¿Y mis versos?
¿Me lo has robado todo?
¿Quién sanará las heridas de mis dedos?
¿Quién sanará las heridas de mis dedos?
¿Quién me enseñara a cantar, de nuevo?
¿Por qué?
¿Por qué tan injusta... tan cobarde?
¿Por qué ya no puedes serla?
La Rosa sobre mi Piano.
La Rosa sobre mi Piano.
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